Y vuelvo con los trabajos que estoy haciendo para EFTI. 😉
En esta ocasión el «encargo» consistía en cubrir la presentación de un libro para «Babelia», el suplemento cultural de El País. Teníamos una cita con el autor un sábado por la mañana en el Palacio de Cristal del Retiro de Madrid, y debía presentar 3 imágenes:
– Un retrato del autor para la portada del suplemento.
– Un retrato distinto para ilustrar la entrevista que ocupará una doble página.
– Y una imagen con mi interpretación de un texto del libro.
Finalmente, estas fueron las imágenes que presenté:
– Y por último, la interpretación de este texto:
La última flor.
La mujer avanzaba muy lentamente agarrada -más bien colgada- del brazo de su nieto. Arrastrando los pies y abriendo surcos entre las hojas amarillas.
Como cada miércoles, al llegar al pequeño estanque, él buscó un punto soleado, abrió la pequeña silla de campo y, con delicadeza, la ayudó a sentarse. Le besó en la frente, se ajustó los auriculares e inició el trote hasta que desapareció entre los árboles.
– Hasta luego abuela.
Ella sonrió y trató de no mirar a los árboles que surgían amenazadores del agua. Aquélla mañana le inquietaban más de lo habitual.
Con esfuerzo se levantó. Por señas, pidió a una joven rubia que hacía fotos que le ayudara a plegar su sillita. Se dirigió al edificio, muy despacito. Tardó casi media hora en recorrer la pequeña distancia. Una banda sonora de acordeón y de rumor de hojas en los árboles acompañó su trabajoso paseo.
La funcionaria que guardaba la entrada le ayudó a subir la rampa y no pareció sorprenderse cuando vió a la anciana abrir dificultosamente la silla y sentarse justo en el centro de aquel espacio vacío. La vieja miró hacia arriba levantando la cabeza tanto como le permitía su dolorido cuello y siempre con cuidado de que no cayera el bolso de charol que descansaba sobre sus rodillas y que hoy pesaba más de lo habitual./ Un hombre y una mujer estaban encaramados a la cúpula; limpiaban los cristales.
La vieja suspiró profundamente y se acordó de su padre. Él siempre la llamaba «mi flor» y, por un momento, ella se sintió igual de mimada y protegida que entonces. Al fin y al cabo aquello era un invernadero.
Por el lado sur, los árboles arropaban la estructura de hierro y cristal y el sol ofendía menos la vista. Por el norte, daba de pleno en el vidrio y la anciana tuvo que apartar la mirada. Huyendo de la luz, sus ojos toparon de nuevo con los árboles que brotaban del agua del estanque y se asustó. Ya no sentía el agradable calorcillo de invernadero, ni la energía de la luz que le llegaba por todas partes. Ahora el edificio le parecía una jaula y veía más hierro que cristal. Recuperó un poco la calma y recordó lo que le había traído allí. Su nieto volvería muy pronto; no había tiempo que perder. Sacó del bolso algo envuelto en un pañuelo de encaje que ya amarilleaba. Desenvolvió el revolver y con mucho cuidadito para que sus manos temblorosas no le hicieran errar el tiro, se acercó el cañón a la sien.
¿Qué os parece? 😛
Iré subiendo más cosillas que voy haciendo, aunque me falta tiempo para poder enseñaros todo!! 🙂